viernes, 31 de diciembre de 2010

CRISTIANISMO Y NAVIDAD


¿Debe un cristiano celebrar la Navidad?


Antes de responder a esta cuestión deberíamos hacernos algunas otras preguntas:

¿Qué significa para ti? ¿Qué significa para mí la Navidad? Independientemente de lo que para nosotros represente: ¿Qué es la Navidad? ¿Es celebrar la Navidad algo pecaminoso? ¿Cómo deberíamos celebrar la Navidad?

¿Qué es para mí la Navidad?

No puedo responder por ti, pero yo tengo claro lo que es para mí. Navidad no es el día 25 de diciembre, ni la lumbrera que nos alumbra con su luz y calor, ni una celebración exclusiva de la nueva Babilonia o Roma papal, ni algo impulsada por ella.
La Navidad no es un “portal de Belén”, ni una “institución religiosa”, ni mucho menos unas cuantas frías luces de colores, un muñeco de nieve, o un árbolito1 y unos cuantos adornos por aquí y por allá, ni una buena cena, ni una fecha en “rojo” en nuestro calendario, ni un montón de regalos a regalar o recibir.
La Navidad no es una invención, ni un cuento, ni una fantasía mística, ni una alegoría religiosa, sino un hecho real, anclado en la misma historia de la humanidad. La Navidad no proviene ni tiene su origen en algo de “abajo”, de los hombres, sino que proviene de lo “alto”. Es un Presente del Padre de las Luces. Navidad es: ¡El hecho más glorioso que ha acontecido en la historia de los hombres desde la misma creación del mundo, y consiste en que:

Dios mismo ha venido a nosotros!

La Navidad (Nacimiento/ Lat. nativitas) es para mí un dulce recordatorio del nacimiento de Jesucristo, el Salvador del mundo, en el perfecto cumplimiento profético de la Palabra de Dios. El Dios todopoderoso ha introducido al Primogénito, a su Hijo, en el mundo ¿te das cuenta? (Heb.1:6); “La verdadera Luz que alumbra a todo hombre” ha venido a este mundo (Jn.1:9; 3:19). Es la manifestación más clara y más gloriosa del Dios invisible a la humanidad (Heb.1:1), por medio de la cual Dios nos ha hablado. Es la misma PALABRA, hecha carne; Dios mismo que ha venido entre nosotros “Emmanuel”, para salvarnos (Is.7:14), “Yo, yo mismo vendré y os salvaré” (Is.35:4). “El Señor ha visitado y redimido a su pueblo y nos ha levantado un poderoso Salvador” (Lc.1:68-69). “Luz para revelación a los gentiles y gloria de tu pueblo Israel” (Lc.2:32). Aquél que siendo en forma de Dios no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; (Fil.2:6,7); de aquél que fue hecho “un poco menor que los ángeles” (Heb.2:9) y vino a nosotros, “nacido de mujer, y nacido bajo la ley”. (Gál.4:4)

Una celebración no instituida pero tampoco prohibida o condenada

Este día (25 de Diciembre) como muchas otras fiestas tradicionales religiosas que este mundo celebra, no es algo instituido por nuestro Señor Jesucristo, ni algo que venga recogido en la Palabra de Dios como fiesta de guardar y respetar y celebrar, al estilo de las fiestas instituidas por Dios al pueblo hebreo. Los apóstoles no hablan de tal día ni de tal festividad, ni de la parte del Señor ni por vía de concesión, ni por recomendación personal. En otras palabras, la Biblia fundamento de revelación para el cristiano verdadero, no habla de tal cosa como la “festividad de la Navidad”, ni la “santidad de la fiesta de la Navidad”, y tampoco es necesario pues el centro de toda celebración y de todo gozo y alegría para los que creen no es un día , ni una fiesta, ni una fecha determinada. El centro es CRISTO el Señor y Salvador.

Pero tampoco condena ni prohíbe la Palabra de Dios tal rememoración ni tal celebración de lo acontecido. Ni ha establecido tal cosa como: no hagas, no gustes, no celebres acerca de ello. Al contrario, se nos insta a recordar continuamente y alegrarnos y celebrar las grandes obras del Señor y sus hechos poderosos (Sal.145:4-7), ¡Y dígaseme si el nacimiento de nuestro Señor Jesucristo no es tal cosa!—aun si estas poderosas obras no deben llegar a constituirse en sí mismas en un “ídolo” de manera que olvidando al Señor de la obra nos deleitemos en la obra, como suele acontecer tan a menudo2--esto es, que nos pusiésemos, por ejemplo, a adorar a María, o a José o a los sabios de oriente o incluso al pesebre o a la estrella, en vez de al Hijo el cual es bendito por los siglos de los siglos. Cada cual que tenga conocimiento sabe a quién o a qué adora.

Si, queridos, la Palabra nos invita a acercarnos y contemplar aquellos sublimes y extraordinarios momentos del cumplimiento profético del nacimiento virginal de Jesucristo y todo cuanto lo rodea. Nos anima a unirnos a la alabanza y la adoración del Hijo de Dios. Nos susurra al oído para acercarnos y mirar –no de una manera lejana, fría y apática, sino con inmenso gozo y alegría—todo cuanto aconteció y glorificar y alabar a Dios por su bondad. Que si bien no sabemos discernir con claridad “el CUANDO”3 (y aún si no supiésemos el DONDE), sabemos “el QUÉ” de lo acontecido. ¡Y eso es lo verdaderamente importante! ¡Eso es lo que hay que celebrar, uniéndonos al unísono con aquél coro de ángeles y con los pastores que anunciaron su nacimiento.

¿Debemos ser privados de la Navidad?


¿No deberíamos por ello—y al igual que aquellos pastores hicieran—glorificar a Dios y alabarle por todo lo que “hemos visto y oído” (aquello que Dios nos ha revelado por su Espíritu) y al igual que ellos aprovechar toda ocasión para “dar a conocer lo que se nos ha dicho acerca del niño?” (Lc.2:17-20) Es decir ¿debemos privar al mundo de tal solemne testimonio? Dios os ha provisto un potente Salvador, Jesucristo.

¿Debemos ser privados de este inmenso privilegio de anunciar al Hijo de Dios en estas fechas e incluso en el mismo día 25 de Diciembre—al igual que lo deberíamos de hacer el resto del año—por el simple hecho que la tradición católica halla establecido en sus anales y celebre que Cristo nació el día 25 de Diciembre por cualesquiera sean sus razones? ¿He de aborrecer y abominar a María, la madre del Señor Jesús, porque la iglesia tradicional haya hecho de ella una “diosa”, una “intercesora”, “mediadora” y “salvadora”? ¿He de privarme de celebrar la Pascua porque este mundo lo haya reducido a “una mona de pascua” y una salida al campo?

¿Deberíamos ser privados de anunciar y enseñar a nuestros hijos la Navidad—en estos días de agitada y bulliciosa celebración mundana, y a fin de que ellos perciban bien la diferencia entre lo que el mundo cree y hace y lo que dice la Palabra de Dios—que Cristo es el Salvador que nos ha nacido en Belén de Judea? ¿No deberíamos antes bien enseñarles de manera que ellos entiendan el sentido verdadero de lo que se ha venido a llamar LA NAVIDAD y vean en nosotros y nuestra actitud qué es verdaderamente lo que al respecto habla la Palabra de Dios?

Y tal vez digas: << “¡Pero todo esto yo ya lo se!>>... pues si lo sabes bienaventurado eres, pero

Entonces ¿Cuál es el problema?

Sinceramente no creo que la Navidad sea un problema, ni el hecho de recordarnos o celebrar lo acontecido sea pecaminoso. Creo que el problema radica en nosotros mismos, esto es, en lo que nosotros somos y pensamos y hacemos durante este tiempo, es decir, nuestras actitudes, acciones y respuestas ante el hecho—tanto por defecto como por exceso; tanto intolerantes e impositivas como indulgentes con el mundo; tanto religiosamente radicales como inmoralmente permisivas con el sentir de la época; en otras palabras:
Dios no condena la celebración de la Navidad4. ¡No es pecado!, ni es algo inmoral, ni una abominación pagana. Lo que es pecaminoso son nuestras actitudes cuando lejos de discernir el verdadero sentido de lo celebrado, lo hacemos al estilo de los religiosos de este mundo, si todo se reduce a una mera “liturgia ceremonial” de un lado o bien al “comer y beber porque mañana morirás” de otro. Si celebramos al estilo del mundo, con las conversaciones y las formas y el sentir del mundo: “los deseos de la carne, los deseos de los ojos y la vanagloria de este mundo, los cuales no provienen del Padre”.
Pero también pecamos cuando intransigentemente juzgamos lo que Dios no juzga, lo que aún siendo lícito consideramos pecaminoso en base a nuestra débil conciencia, nuestros propios prejuicios o convicciones personales que luego tratamos de imponer a otros.

¡Tolerantes con lo tolerable, radicales con lo pecaminoso!

No hermanos mios, este radicalismo no es propio de un hijo del altísimo, no conviene a los santos. ¿Por qué habremos de perder el tiempo con cuestiones “que acarrean disputas más bien que edificación que es por la fe”? ¿Por qué contender sobre cuestiones necias, vanas y sin provecho en lugar de presentar batalla sobre lo cual verdaderamente contiende contra la fe y la verdad del Evangelio? ¿Por qué cerrarnos las puertas con nuestra actitud intransigente e intolerante a poder presentar un testimonio sano e irreprochable y en mansedumbre ante cualquiera que nos demande razón de la esperanza que hay en nosotros, como ocurre con otros grupos religiosos sectarios e intolerantes? ¿Por qué hacer, sin necesidad alguna, que nos tachen de radicales en cosas que no son necesariamente pecaminosas, apartando así los corazones y los oídos para cuando debamos realmente exhortar y amonestar contra el pecado con todas nuestras energías?5
¿Sabes, sin embargo, con lo que deberíamos ser radicales, rígidos, fundamentalistas, y hasta intolerantes en más alto grado? ¡Con el pecado! Y no solo con el ajeno, sino principalmente con el nuestro.

Ahora bien, creo que lo que a Dios le importa y el prójimo agradece es:

¿Quién soy yo en Navidad, o en estas fechas, llámese como se llamen?
¿Me comporto yo en estas fechas—tanto como pudiera serlo en cualquier otra—de una manera santa y piadosa para con Dios y con el prójimo? ¿Soy imitador de Jesús, el Cristo, o por el contrario, actúo como alguien que no le haya conocido nunca ni halla experimentado su amor y su verdad?
Pues sepamos que esto y no otra cosa es lo que los hombres van a ver y esperar de mí y de ti: cristianos.


Goza de tu libertad en Cristo, pero no seas tropiezo para los débiles

Cuando en estas fechas y en familia hablo de Cristo y su nacimiento a mis hijas y a mi esposa, o cuando predico de él en las calles o en la plaza de un pueblo, o cuando tras haber sido invitado comparto acerca de la navidad en un programa, o simplemente cuando—con mis hermanos y mi familia me siento y disfruto de una buena comida en armonía,... ¡te lo aseguro! no estoy adorando al sol ni a las deidades de las antiguas civilizaciones, ni atentando contra la verdad del Evangelio, ni participando indignamente de su simbolismo; ni soy por ello menos espiritual, ni estoy abusando de mi libertad en Cristo Jesús como ocasión para el pecado.

Ahora bien, tú, quienquiera que seas, si para ti la Navidad es causa de tropiezo, por amor a Cristo y por amor a ti—y esto es lo más importante pues está escrito “el conocimiento envanece, pero el amor edifica”, nunca jamás hablaré de estas cosas ni me referiré a ellas en tu presencia para no contender sobre opiniones, lo cual nada aprovecha y para—como ya dijera antes de mí otro siervo del Señor—no abusar de mi libertad en Cristo, aunque yo, no tengo mala conciencia de estas cosas.
Ahora bien, también te digo que no creo que se haya de juzgar mi libertad por la conciencia de otro.

¿Es pecado para ti?

Ahora bien, si aún después de estas letras sigues pensando igual y recordar estas cosas y celebrarlas son pecado para ti, entonces, mejor no lo hagas pues si tú entendiendo que es malo, lo haces, pecas. Como está escrito: “Yo sé, y confío en el Señor Jesús, que nada es inmundo en sí mismo; mas para el que piensa que algo es inmundo, para él lo es.” y “Bienaventurado el que no se condena a sí mismo en lo que aprueba. Pero el que duda sobre lo que come [o lo que celebra...etc], es condenado, porque no lo hace con fe; y todo lo que no proviene de fe, es pecado”.(Para una mejor perspectiva y entendimiento léase todo el contexto en Romanos 14 y 1ªCorintios 8)

Pero si por el contrario, has entendido lo que te digo, y lo consideras la verdad y te humillas ante ella y puedes con fe, la sencilla y sincera fe de un niño, alegrarte y recordar la Navidad...

Con todo cariño...     ¡Feliz Navidad !

1Personalmente no utilizo arbolitos decorados, ni luces de colores, ni adornos o cuanto pueda desviar la atención del verdadero sentido de la Navidad, aunque tampoco lo condeno como pecaminoso, pues ¿qué es un arbolito, o unas luces o adornos de colores?
2Por esta misma razón creo que la fecha del nacimiento de Jesús de Nazaret no ha sido revelada. Así también muchas otras cosas permanecen en secreto de manera que no las idolatremos. ¿Qué pasaría si verdaderamente se encontrase el sudario de Jesús, o su corona de espinas... etc.)
3 A propósito, si tu no lo recuerdas y celebras en estas fechas ¿Cúando lo haces?
4 Cuando en la historia de la humanidad o de la iglesia se han condenado cosas que Dios no condena, ¿cuáles han sido las consecuencias? ¿Ha sido para edificación y bendición, o para muerte y destrucción? No debemos transigir en cuanto a lo expresamente prohibido por el Señor en su Palabra (adulterio, fornicación, inmundicia, orgías, borracheras, ...etc), pero tampoco debemos crear “reglas o normativas adicionales” o “leyes humanas” que coarten la libertad de los creyentes. Esto es falta de conocimiento de las Escrituras y propio de los “débiles” en la fe.
5¿Cuantas almas han sido apartadas de la comunión de los hermanos por un excesivo celo falto de conocimiento de un pastor que impone reglas y normas sobre la congregación de las cuales la Palabra de Dios no habla?
Ahora bien, cuando un pastor amonesta justamente a los hermanos acerca de algo pecaminoso, lo cual Dios condena en su Palabra, el efecto es totalmente contrario a lo dicho anteriormente. Hay restauración y sincero arrepentimiento.

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